Por la tecnología, niños y niñas fueron adquiriendo una nueva forma de pensar ayudados por un cerebro que se adecua a las circunstancias
Las Tecnologías de la información y la comunicación (TIC) han penetrado en nuestra vida de manera repentina; algunos autores refieren que el impacto ha sido tan fundante como la escritura unos 3000 a.C. o la invención de la imprenta por Gutemberg a mediados del 1400; es decir, que han cambiado la cosmovisión del mundo.
Ante esta irrupción, los adultos reaccionamos a ellas y a otros cambios epocales de diversas maneras: algunos las ignoran y suelen decir no entiendo o esto no es para mí, otros las miran con desconfianza creyendo que son peligrosas, o, por otro lado, otros asumimos que somos parte del cambio social y lo usamos para transformar la realidad y para interrelacionarnos con los demás, especialmente con los más jóvenes.
Sin lugar a duda, las tecnologías “cambiaron nuestras cabezas”, pasamos de un pensamiento analógico a uno digital; en realidad, niños y niñas son quienes fueron adquiriendo una nueva forma de pensar ayudados por un cerebro que se adecua a las circunstancias y aprende adaptándose al medio para lograrlo. Sin embargo, quienes somos mayores de 30 apenas si empleamos las TIC de manera aplicativa de un modo más o menos exitoso. No obstante, debemos comprometernos a utilizarlas y a enseñar su uso de manera responsable.
En el aula, es momento de comenzar a plantear escenarios entretejidos, de entrelazar el conocimiento con los medios de comunicación, con los recursos encontrados online y en todo el mundo digital de la socialización: juegos en red, donde hay comunidades, botones para compartir y agregar un “me gusta”, estrellas para puntuar, un emoticón, un gif, un sticker o un meme, como sostiene M Kap.
Pero para ello, necesitamos una enseñanza distinta que se construya y entrelace con diferentes medios y lenguajes, que la expanden y que funcionen como mediación del conocimiento en un mundo de relaciones complejas, con configuraciones didácticas que propongan accesos, motivaciones y vínculos que movilicen hacia otros entramados.
En ese marco, la figura del docente es fundamental y necesaria fomentando la autonomía del aprendizaje de los estudiantes. Estos necesitan una mediación para el consumo y apropiación de la información, donde el profesor ya no es la única fuente del conocimiento, sino que es quien generará cambios al interior del aula y graduará el uso de las TIC de acuerdo con sus propios objetivos, su trayecto de formación personal y la realidad de su clase.
Por lo tanto, el desafío más grande es plantear las tecnologías como un recurso que puede ser desplegado, de manera que transforme la cultura de aprendizaje escolar. No se trata de usar la tecnología, bajo la lógica tradicional; sino volver a pensar la clase con una mirada innovadora y con otros sustentos epistemológicos y metodológicos: qué y para qué enseño y qué necesitan aprender estos estudiantes, tan distintos a los del año pasado, por ejemplo.
Entonces, es necesario y urgente enseñar distinto para que los chicos aprendan mejor, pero sólo será posible si rompemos con la linealidad del lenguaje escrito o la palabra como única fuente de conocimiento.
Mientras debatimos si teléfono en el aula sí o teléfono en el aula no, generaciones enteras de niños y jóvenes pasan por la escuela “ajenos” a la tecnología, mientras la miran de reojo debajo del banco, no sólo los estudiantes, sino también los docentes.
Hoy más que nunca, será necesario un modelo ondulante, que se mueva a un lado y a otro, formando ondas, movimientos que se propagan como el oleaje, proceso que no es homogéneo ni estacionario porque no todas las olas tienen el mismo periodo, altura, longitud de onda o dirección, sino que cada una tiene sus características propias. Así, como cada ola, cada clase será diferente, según los estudiantes, lo que se necesita enseñar y aprender y los contextos donde estén las escuelas.
Pero esta no es una tarea en soledad de docentes intentando mejorar la enseñanza y el aprendizaje, sino que requiere de dispositivos institucionales para poner en palabras la propia práctica acompañado de lecturas y marcos de referencias teóricos que permitan probar otras estrategias en una nueva situación y nuevas miradas construidas colectivamente. Se necesita de un equipo de directivos aggiornados en los nuevos modos de acceder y apropiarse de la tecnología y de sus bondades, de supervisores o inspectores que avalen prácticas más dinámicas y de una gestión gubernamental que asuma los cambios de época y promueva otras formas de enseñar y aprender al interior de las escuelas.
Más vale una cabeza bien puesta que una cabeza llena, reclamaba Montaigne en el 1500, pero aún no pudimos entenderlo.
Fuente: https://www.infobae.com/opinion/2023/10/31/ensenar-distinto-para-aprender-bien/